Ahora, rozo el espíritu de libertad que solía pasear de mi mano, en las tardes eternas, hacia donde la tierra se empeña en querer alargarnos el viaje; donde la luz de este mundo aletarga su capacidad de enseñarnos, de mostrarnos los escondites de las sombras; hacia un final en retentiva, en espera de colocarse su mejor traje, pero adivinando en cada paso hacia el horizonte de hoy, que su llegada será inapelable, mañana… o al otro. La parca es la parca y da igual cuando quiera poseernos.
Me digo mientras tanto: (es curioso, nunca he hablado tanto hacia mis tripas, hacia mis adentros y mis desnudos, desde que no puedo hablar hacia las orejas de otros.) “es lo que tiene la vida, sabes el momento que te llega la gracia de respirar, de participar en este circo, empujándote con pulso, más o menos constante – depende de lo que te vallas encontrando – hacia las ganas, y posteriormente, junto, pegado a su envés, en prácticamente caída libre, se amontonan los sueños rotos, las alegrías, las penas, los propósitos y los recuerdos”.
Ya no hago más deporte que el que mis ojos realizan constantemente desde cada uno de sus rabillos a los lagrimales: los cuatrocientos renglones libres. Se acabaron mis carreras y los nuevos planes, las ansias, y desesperaciones por no llegar a tiempo, precisamente cuando más cosas tengo que plantearme acabar o dejar encarriladas para su continuidad. Me doy cuenta que ser mortal es un verdadero problema.
Cuento con la ayuda del ingenio humano y puedo seguir el pulso, a trompicones, y las ganas. Eso si, ahora son minúsculas, estas ganas, pues no me queda otra que ir despacito, y las voy alimentando a base del cariño de mis recuerdos.
En un libro grande por su contenido, entendí que los recuerdos empiezan a patinar en los huecos de la mente con el paso aplastante y zahareño del tiempo, adornando y amoldándose a la salud de nuestra alma para reclamos posteriores. Vamos, que nos mentimos para encontrar lo que nos satisface mirando hacia la parte trasera de nuestra vida, y a muy pesar mío, tengo la luz hacia este lado. Este ventanal por donde me asomo es más grande, más accesible. Este jardín, trasero, es más primavera, es más exuberante, es más… que narices, es más como a mi me da la gana.
Y recuerdo mientras respiro, mientras muevo con los labios semiprensiles, ya educados para ser mis pies, mi cuerpo muerto hacia otro lado de esta habitación, buscando la claridad que muestre mas transparente la magia de obras paridas en siglos de otros, en siglos ilustrados, en siglos pasados: el sonido. Es la inutilidad que más daño me ha causado. Echo de menos la realidad de los violines, la textura de la sección de cuerdas y la dulzura de los metales. También, un baso de licor y el susurro de Miles Davis, pero me conformo con leer sus pentagramas y sus muescas negras, sus pausas llenas de silencios armonizados, necesarios para entender sus palabras. Mis voces, mis cuentos, mi música.
Agradezco a mis padres la persecución sufrida en mi niñez para mantenerme atado a aquel piano familiar, heredado como obra de arte y tesoro íntimo. Ahora el también aprende a recordar, sobre todo cuando llegan los chicos a llenarme de vida nueva y ojos hambrientos por saber. Generaciones, que tendrán que sorteársele, pues no estoy preparado para dejar a nadie sin su compañía.
También me abrigan las reminiscencias de cicatrices en mi pecho, el de dentro. El tacto de unas cuantas parejas de labios que, todos, hablaban de la pasión y deseo, susurrando las más bellas historias jamás contadas, con los míos. Las veces que supe alentar este fuego e inevitablemente las veces que deje que se apagase, o que otros se aprovechasen una vez arrancado el fuego, de colocarse delante de mí, arrebatándome su calor.
Hablando de calor, echo de menos a la única persona capaz de compartir o dejarme compartir este camino, y es hoy, o al menos eso creo, cuando más recuerdo todos los versos, todas las vidas que inventamos juntos. Su lucha fue épica, y comparando el poder de su adversario como si de una deidad de las enfermedades se tratase, su pugna resultaría envidiable hasta para los mismos males que la arrebataron el aliento.
Aprendes a quitarte cuando estorbas y asumes que el momento es como una instantánea: si no le cazas reteniéndolo para su disfrute y gozo, se esfuma.
La lección más repasada, más aprendida pues se reinventa, resurge constantemente, es la propia vida, y aunque tropecé más de dos veces en la misma esquirla, no me gustaría vivir otra. Las alegrías invitan a probar, a reescribir tu propio apólogo, pensando en ello como el que toma apuntes en vida de prueba y se lleva las notas, los secretos para localizarlas, las alegrías, rebuscándolas para poder sentir lo sentido, pero cuando piensas que la vida tiene tinieblas, yo, personalmente, no quiero encontrármelas ni siquiera con la compensación de los días de sol. Esos malos tragos...
Por eso, quizás, disfruto de la capacidad de retornar a mi patio trasero, e invento la vida que en ese momento necesito. Mismo punto de partida y desarrollos constantemente dispares.
Escribo mis memorias a diario, pues me gusta versionarme, idearme en un lugar desigual en momentos concretados, como pauta de enlace entre mis hipotéticas vidas, para luego, el que quiera jugar con estas páginas amontonándome y dando sentido a mi insulsa vida, pueda ligar actos y actores de cada una de ellas y así poder llegar a una conclusión de lo que pude ser.
Este ejercicio me ayuda a no pensar en la peste del olvido involuntario que azota ya con sus primeros latigazos, la paz de mis pensares y empieza a llamar la atención de mis compañías, resultándome entretenido y creativo, pese a que este aparato que me regalaron, conectado por sensores, traduciendo cibernéticamente mis pulsos cerebrales, me hace volver a aprender a escribir, con todo lo que ello conlleva, asumiendo que no es tan calido como el recuerdo que tengo, o invento, del placer de escribir en papel.
4 comentarios:
Emocionante texto... me he perdido algo?
Gracias, Juan.
No se tú, pero yo me pierdo constante - mente.
Bien amalgamado en la atmósfera en que se desenvuelve el proceso expositivo, la decantación final de lo que se ha vivido en el vaso roto de los días que se filtra a través de los recuerdos rotos. Texto noblemente expuesto sin pujos de querer llegar a más parte que al momento en que se encapsula y sale airoso, con buen y apropiado léxico. Ocurre el texto cuando más apto se es de dejar un camino que ya no vale por otro por fin propio, auspiciado por la sana crítica natural que lo desacompasa y centra para los restos: la necesidad de reconducir el hálito vital por nuevos derroteros, más auténticos, que se perfilan cuando se empieza a soltar lastre y soltar amarras de lo anteriormente acontecido y tenido erróneamente por completo. Sucede esto, pues, cuanto más experimentado se está también de cursar los pasos que se desechan, ya ajenos, que, por otro lado, se esquiva de hacerlo. Se entra a la búsqueda de lo que no se hizo caso y se persigue ahora con denuedo, por si aún está en el sitio del recuerdo. El pasado como "arpegio" de un piano que dejó de tocarse, para reinventarlo todo a partir de ahora sin el acucio del pretérito.
Reciba un abrazo, y ojalá algo de esto pueda servirle, Kike
Gracias Kike.
Evidentemente que puede servirme. Sería de necios no recolectar consejos. Son el tesoro que nos hace ser.
Encantado de tenerle por estos blancos.
Salud.
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