martes, 27 de abril de 2010

Siete Palabras.


Yoye, gracias por estar y por darme ánimos constantes.




Antes de abrir los ojos a un nuevo haz de luz, antes de recolocar mi azotea, el instinto me dice que no caí a la cama con toda mi cordura, o por lo menos no fuimos a la par hacia los sueños. Las fotos que retengo son pocas y difusas. La sensación de que no recuerdo mucho, de que lo recuerdo borroso y empapado, ahogado, pienso al instante al notar las graves estocadas que hacen sangrar mis sienes con el paso de los autobuses en el exterior. Antes incluso de notar que no puedo controlar las palabras que se amontonan para formar preguntas, muchas preguntas, como otras veces, solo tengo una respuesta en mi mente: Después de todo, qué podía hacer ya.

Desde aquí, aún aturdido y descolocado por la sorpresa, no recuerdo bien todo lo ocurrido hace unas horas. El lugar de donde vengo, mejor dicho, la circunstancia que vestía mi vida, no dejaba de decirme verdades de esas que se escriben tan grandes, tan presentemente trazadas y remarcadas que no me quedaba espacio para poder ver nada más. Los días no encontraban su fin y mis notas solo eran ejercicios de espera, letras sueltas que jugaban a distraer el tiempo de mis noches, mientras llegara algo sólido, que al tallarlo no se desquebrajase en frases vacías o demasiado castigadas por su uso.
Ayer, estuve más preocupado en perder la conciencia que en retener conversaciones, nombres o caras. Los olores de la habitación donde encontré la solución a mis dudas, aplastaban los matices, difuminando la memoria de lo acontecido en casa de Pablo, - persona, que aprecio bastante, aunque sea el que llena la vida de la fuente que alimentó mis lápices, antes, y que es de los que se agregaron al grupo - donde el absurdo camuflaje de alcohol y otras especias narcotizantes se apartaron por un vendaval de frescura y mutuo instinto en esta vida. Todo era posible de nuevo, incluso salvar el Pensamiento.
Se descubrió el camino que siempre ideé para ir hacia el lugar deseado, hacia un final cierto y golpeado por el paso del tiempo, del aire, de la vida. Ahora veo que los compañeros de viaje, no los escoges, simplemente te acompañan… por fin entiendo.

Quizás fue una idea no tan descabellada el salir de casa al recibir el mensaje de: “quedamos en casa de Pablo. Te sorprenderás”.
Al principio no dude de que mi hermano pretendiera animarme. Mi hermano, Claudio, el que me conoce, el que no comparte sangre conmigo pero quizás sea lo único que no tenemos el uno del otro. El sabe mi situación. Nos hemos desnudado tantas veces el uno por el otro que no queda lugar de mi interior que él no vea, que él no sepa descifrar. La conexión es tal, que pensamos que hay un brazo que une nuestros movimientos. Un lugar donde dejamos nuestras dudas aposta, para luego ir desesperados a mirar, por si nos hemos dejado respuesta a nuestras continuas afirmaciones.

No tenía el precio calculado para mis pasos. De echo hacia meses que no daba un duro por mis palpitaciones. Muté mis ganas de reír y ansiedades por descubrir, en largas horas frente al ventanal, disfrutando, por así decirlo, de la ingravidez de mis sentimientos, la discontinuidad de mis ideas y la falta de ganas por seguir luchando contra mis naufragios emocionales.
Me dejé llevar por eternas lecturas y estudios sobre escritos básicos, de principios mayúsculos sobre los pensamientos humanos, dejando entrar en mi vida la luz mínima para poder ver dos párrafos en el libro que apoyo en la mesa, junto a mi vaso repleto de hielo y cualquier botella de graduación elevada.
Él, Claudio, conocía mi secreto descontento por la ridiculez de mis conclusiones, de que nunca llegaré a admitir que la totalidad de mis actos no deben desgastar mi idea original sobre el siguiente paso a dar. Él sabía de mi bloqueo existencial, de mi desgana por la vida y de mi falta de savia que me hiciese poner en marcha.

Pasé la tarde, y al cuarto traquetear de hielos sobre cristal, advirtiendo a la botella, ridículamente, la sed que tiene este vaso, pues le lleno y le lleno y nunca tiene bastante; enseguida entona su cantinela de: “estoy vacío de nuevo”, “tú sabrás si quieres volver a ser consciente”, me dio por volver a releer el mensaje. Parco comunicado para tan largo tiempo sin cruzar palabras ni miradas entre nosotros.

Las palabras formaban para mí, el último entretenimiento ilustrativo, el tesoro a conservar. Por tanto su uso no debe pasar por delante de mis ojos sin analizarlo constantemente. Tiempo atrás, me obligué a levantar lanzas contra quien no supiera dar lugar a tan majestuoso ejercicio, privilegio de nuestra especie en este mundo: colocar bien las palabras y encontrar el lugar exacto para estas manchitas, que desnudan nuestra alma.
Advertí entonces que la evidencia de suponer que me sorprendería al ir a casa de Pablo, no tenía mucho sentido, y más sabiendo como son esas reuniones. Siempre ocurre algo similar. Nos ponemos al día de nuestras ambiciones, fracasos, recuerdos y nostalgias. Aderezados de canapés ricos en estructuras antiguas, para paladares ya erosionados por el tiempo. Las botellas, caras, el hielo inagotable y las idas y venidas constantes al cenicero comunal, donde aún apoyamos los cilindros que abrieron nuestras mentes, culpables en cierta medida, la más justa posible, de que muchos amigos ya no se sienten junto a nosotros.
Pero esto no me parecía “sorprendente”.
A lo que se refiere la certeza de que esa sorpresa me tocase en la mente, tendría que ser algo que no entre en esa ensalada de impotencias y frustraciones aderezadas con charlas de libros leídos e historias recontadas hasta quedar desgastadas, sin saber cuanto cierto queda ya de esos momentos colectivos.
Esa seguridad, “te sorprenderás”, no está allí puesta para llenar la frase, de eso estoy seguro. Mi hermano ha sabido excitar mi inquietud con tan solo siete palabras.

Cuando abrieron la puerta, Pablo me abrazó efusivamente, como siempre, y después de saludarnos y de hacer sentir que nos respetamos, noté que esta reunión no sería como todas.
- Ven pasa, mira ellos son: Ernesto, Luis, Elvira, Lucas y Teresa, Compañeros de la editorial donde trabaja nuestra… ¡nueva Asesora Jefa! - presentando como en un show televisivo ,a la vez que la giraba sobre si misma, a su queridísima compañera Encarna, mi querida Encarna…
Reconozco que la noticia no sensibilizó mi efusividad al oírla, más bien me adapté como pude a la circunstancia. La duda del enigma, los nervios por buscar la justificación de mi posible sorpresa, y el no encontrar a primera vista a Claudio, bloquearon mis gestos.
Encarna, mi querida Encarna. Sabía que me alegré de corazón, cuando centré la mirada en sus ojos. Ventanas al mundo que describieron con palabras nuevas los detalles de mis sueños más viejos, las mismas que notaron, como esperándola, mi agitación por encontrar, por localizar mi presa, mi sorpresa.

Nos abrazamos.

- Cada vez usas camisas más grandes.- mascullé mientras nos dábamos dos besos, llenaba mi alma y notaba que la herida se abría.
- Si, esta vida no para de sorprenderme. –dijo, apartándome del resto sutilmente, comprobando que seguía poseyendo la facultad de amansar mis fieras. - ¿Y tú?, ¿como llevas tus trazos?
- Soportándome, y creo que es bastante.

Qué gratificante recuperar el aroma de Encarna. Conocedora de mis miradas y partícipe de mis conclusiones. Lo que pudo ser, por mi ceguera, y lo que es, gracias a su forma de abrirme los ojos. Capaz de hundirme por mi absurdo pensar de que su línea se ligaría con mis trazos el resto de mis días y capaz de darme las ganas de seguir adelante por la misma razón.
Y todo fue, quitando el nombramiento de Encarna en su editorial, como había calculado. La tarde transcurrió y mi hermano no apareció, lo que me preocupó y alimento mi ansiedad a la par que mi sed. Trasladé definitivamente mi cuartel desde la ventana a la mesita de las bebidas. No tenía sentido tanta distancia. Además la luz que entraba por mis ojos se limitaba casi a la distancia de un brazo.
- No creo que lo que estás esperando se encuentre al final de esa botella que tanto te cuesta soltar. – Oí, mientras que la botella que acababa de soltar sobre la mesita desaparecía rápidamente fuera del alcance de mi vista.
Giré mis sentidos para dar imagen a esa voz.
- La búsqueda, a veces, encuentra su sentido en el como la hagas. Un puzzle siempre es mas divertido hacerlo, que mirarlo después de resuelto.
- Siempre y cuando no hayas escondido la última pieza, lo cual te hace jugar con ventaja controlando su final.
Se bebió su copa de un trago y mientras empapaba de nuevo sus hielos, dejó escapar el principio de mi alivio.
- Él me hizo venir también a mí.
-¿Quién?, ¿a qué te refieres?
- Claudio.
- No entiendo… Teresa, ¿verdad? ... no se de que me hablas y no se por que nombras a mi hermano.
Será tanto humo aquí o el fluir de la sangre, que se turbia cada vez más envenenada. Se cayeron las piezas al suelo, se callaron mis preguntas. La intuición no dejaba de marcarme este camino. Toda mi búsqueda se diluyó, despertando alegremente un sin fin de respuestas.
- Me avisó, escuetamente, de que encontraría el equilibrio de mis pasos (esta conclusión tomaba cada vez más peso, analizando el mensaje y la situación) -dije empezando a disfrutar de la conversación.
Hablamos, lentamente, mientras mirábamos los vasos, como haciendo ver nuestra incomodidad del lugar, ligando a Claudio como al celestino culpable de la misma.
Noté que sus palabras eran las justas. Precisas y bien colocadas.
- ¿También te ha sacado de casa? – Pregunté, afirmando, pues ya era seguro que nuestro encuentro no era casual.
- Comentó algo sobre el alimento de mis miradas. – dijo mientras sus ojos caminaban entre el vaso y Encarna, como buscándola, como echándola de menos.
- ¿Pintas?
- Coloco luces y colores que veo mientras escucho o leo historias… diría yo. A veces, a la gente que me quiere le da por decir que son cuadros. Tú eres escritor, verdad. Encarna me ha hablado mucho de ti.
- Bueno… me gusta colocar las manchitas negras dando sentido a imágenes y luces que retengo de mis sueños. - ironicé usando sus formas -… ¿Encarna?
- Fuimos grandes amigas en la Facultad… Se puede decir que nos conocíamos en profundidad.

Me empecé a incorporar haciendo notar mi atención. La charla fue bastante más intima de lo que yo esperaba sobre Encarna, Claudio y el transcurso atropellado de su vida, desde los tiempos de la facultad hasta la tarde de hoy.
Ya, el alcohol, dejaba pasar el alineo de un cigarrito tras otro, alguno lleno de sueños. El diálogo se hacía tan denso como el humo que escapaba por sus labios.
Me hablaba de amor y desamor dando a esta sustantividad una descripción lineal y sincera. Eran palabras minúsculas pero rellenas al máximo de todo su sentido.
Ella también había amado a Encarna y a Claudio. Tanto o más que yo. Y esta entrega la dejó vacía… tanto o más que a mi. Que rellenaba sus huecos con largas tardes de vino y tempera… que no encontraba nada más que pintar pues ninguna historia la llegaba, como antes, cuando la mano y su pincel no conocían el desaliento de la frustración, cuando unas palabras con Claudio podían desnudarla sin sentir vergüenza, cuando una mirada de Encarna era capaz de colocar toda la oleada de pensamientos ilógicos que, también atormentaban su testa, tanto o más que a mí.
Echaba en falta lo entregado y lo recibido de aquella amistad. Tanto como yo lo hacia, de manera constante y enfermiza. Necesitábamos de ellos… les dimos todo nuestro interior nuestro frasco de esencia, que, aletargadamente hemos dejado escapar al pasar el aplastante juicio del tiempo, y no hemos sabido despejar de nuestro camino haciendo creer a nuestra cabeza que la utopía sería posible.

Recuerdo que nos fuimos juntos de la reunión y prometimos, cosa extraña en mí, volver a casa de Pablo y Encarna para retomar de una vez por todas, nuestra vida social.

Recuerdo poco del resto. Quizás matizar que no me pude separar de Teresa en toda la noche. Su conversación selectiva daba en el clavo constantemente... Alimentaba mi esperanza de haber encontrado el equilibrio de mis impulsos. Creo que distraje alguno de mis monstruos para alimentar a otros. Oía palabras que guardé entre los cabellos de Encarna, mientras la amaba locamente a la luz del amanecer, en el refugio de montaña, cuando el sexo era circunstancia del final de una gran noche de palabras y tinta.
Veía los gestos de Claudio cuando me regañaba, cuando me despedía de su casa después de entregarnos, maldiciendo tanta indecisión en mis palabras, tanta falta de sangre a la hora de afrontar el paso del tiempo, y como me hacia ver que no hay futuro sin presente, que el presente le tendría siempre ante mis ojos, dependiendo de mí el siguiente movimiento.
Leí en Teresa todos los textos que se fueron de mi mente, en las largas noches donde ahogaba mis voces engañándome, enturbiando los recuerdos, para poder sobrellevar mi supervivencia. Poco a poco descubrí que podía verme en el desden de Teresa, en sus conclusiones, en sus afirmaciones, en sus preguntas sin respuesta – lo que alimentaba mi avaricia descriptiva - en su simple desnudez que ahora reposa sobre mi cama y me hace escribir, sin poder coger aliento, sin poder dejar de mirarla.

“Después de todo, qué podía hacer ya.”

Cuando te desnudas, corres el peligro de no poder esconder mucho, de que lo que tapas, es imaginable, que puedes hacer llegar a conclusiones certeras a ojos que saben mirarte, a oídos que saben escucharte. Y lo aceptas. Y lo apruebas. Quizás por eso te desnudas, por que necesitas que tus secretos se desvelen. Así que no encuentro ninguna porción de traición sentimental de Claudio hacia mí, por llegar a manejar mi capacidad de aislamiento, convulsionando el estancamiento de mis impulsos con su plan de enlazar nuestras vidas. Nunca lo hablamos pero se que sabía. Sabía de mi miedo a la soledad, a la falta de capacidad por sentir. Sabía que mi persona no puede flotar, que todos mis pensamientos, pesados por constantes y absolutos, no dejan que siga esta corriente. Sabía que sin el apoyo de Encarna (después de tanto tiempo, conocía que el dolor sigue agarrado en mi pecho), y como adivino hoy, sin el suyo, Teresa me salvaría y que por ende la salvaría también a ella.

Puedo llegar a adivinar que las siete palabras de Claudio, cobijaban el veneno del conocimiento certero de mi alma y de la de Teresa.

Ahora cuando repaso estas líneas, observo la orgía de colores que se encuentran por la habitación, trazos en cuartillas, en revistas y en portadas de mis peores discos, y como tienen sentido todas las palabras de una pila de folios escritos que, ojeando a simple vista, parecen estar escritos con rapidez, como si se fuesen a escapar las ideas…

Entiendo que en una sola noche hemos sido capaces de descargar dos almas repletas, dos complejos sentimientos que estaban unidos, tiempo atrás, por las mismas personas que nos separaban.

Quizás mi sorpresa es que encontré parte de mi en Teresa, y que ella recuperó el alimento para sus cuadros en el verdadero amo de las palabras que escuchó de los labios de Encarna, mis palabras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

a mi parecer, muy bien escrito, bien hilado, personajes justos y la ausencia de quien hace q el argumento sea historia contada le da ese toq de...ser, existir. pensamientos colocados, diálogos en su justa medida. real.
me gustó.