En el autobús que retorna al centro de rehabilitación:
Mi cara pegada al cristal, empapada en lágrimas, intentando recordar porque lloro, que hago aquí. El reflejo de mi ser en el cristal me deja desnuda frente al otro lado. La gente corre alarmada. Un cuerpo, tan desnudo como mis pensamientos, que esto si estoy segura, no soy yo, está en el suelo, justo al lado derecho de la entrada del mismo edificio de donde salen. Parece agusto, el cuerpo, desnudo, sangrante pero plácido y sereno. Como satisfecho.
Limpio las mejillas entre el alboroto de los demás ocupantes. unos gritan asustados, horrorizados. Otros, sin embargo, enrojecen de tantas carcajadas, encolerizados saltan en los asientos. Los hombres que cercioran que la postura del caído es final, definitiva, se avalanchan con cintos y muchas prisas hacia el autobús. Amenazan, obligan y asustan. La confusión me hacer cerrar los ojos.
Apenas escucho nada inteligible. Vuelvo a sentir calambres en mis sienes. Pasa el tiempo. Largo tiempo...
Mi cara chorreando hasta el cuello de la blusa, azul celeste, parecía recién hecha. Aseguro mi existencia al comprobar que el reflejo del cristal obedece a mis impulsos. Noto latente el alboroto de los ocupantes del autobús. Como si hubiese ocurrido algo. Veo a gente llorando con las manos en la cara, tan pegadas, que otros, con bata, intentan separarlas mientras otras batas hacen callar con sus propias manos las carcajadas frenéticas de otras gentes que golpean fuertemente los cristales.
Vuelvo a notar la humedad en el cuello. Mi preciosa blusa azul celeste cambia hacia tonos oscuros junto al borde, donde mueren mis lágrimas, donde un cordel de seda negro rodea mi garganta, sujetando un cartel de cartulina plastificada con varias letras coloreadas.
- Y tú, ¿quien eres? - me habla una bata nerviosa que cubre a un hombre fornido.
- Es de los nuevos - comenta, entre el bullicio, un señor con traje y gorra, desde la parte anterior del autobús.
- Carmela, pone en este letrero. - dije, con tanto miedo, que noté que los labios temblaban. Era la primera vez que entoné mi nombre al aire.
La bata corpulenta que me preguntó se acerco amenazadoramente nerviosa hacia mi, asiéndome de la mano con celeridad.
Calambres en mis sienes. Pasa el tiempo. Largo tiempo...